23 jul 2018

Camino de Santiago Portugués Central en bici

Justo un año después de hacer el Camino Primitivo, nos aventuramos a hacer el Camino Portugués. Esta vez, y siguiendo una buena idea que nos dio Isaac, llevamos las bicis en nuestra furgo hasta Santiago. Dejamos la furgo aparcada al lado del albergue, y así cuando acabáramos, tendríamos nuestra querida Gespeta lista para continuar unos días disfrutando del norte.

Para hacer el Camino Portugués hay varias opciones. Hay quien comienza en Porto, hay quien hace la variante de la costa, hay quien se desvía para visitar Fátima, y seguramente me dejo alguna otra variación. Nosotros intentamos averiguar cual es el camino considerado como el más oficial, por llamarlo de alguna manera, y parece ser que es el que se denomina el Camino Portugués Central, así que esa ruta es la que seguimos, saliendo de la catedral de Lisboa, y recorriendo unos 630 kilómetros hasta Santiago.

Os parecerá que hay demasiadas fotos, y que algunas son un tanto extrañas. Cierto, pero detrás de cada una de ellas hay una pequeña historia, y para Gigi y yo tienen un sentido especial.

Una vez aparcada la furgo en Santiago, cargamos los trastos en las bicis y nos fuimos a la estación de autobuses. Allí preparamos las bicis para el autobús. Ya le estamos pillando el truco, y lo hacemos bastante rápido.

En unas 6 o 7 horas ya estábamos en Lisboa, donde nos quedamos dos noches en un hostal muy guapo y céntrico, que nos permitió visitar la ciudad durante todo un día, y además estaba bastante cercano a la catedral, que sería nuestro punto de partida cuando empezáramos a pedalear.

Nos encantó Lisboa, y aunque obviamente en un día no se puede ver todo, creo que visitamos los puntos más típicos de la ciudad.

Y por fin, después de semanas investigando y preparándonos un poco, llegó la hora de empezar nuestro camino. Habíamos leído que en las primeras jornadas la señalización era muy pobre. También habíamos leído que la salida de Lisboa era horrible, incluso peligrosa, y era preferible coger un tren para evitar los primeros 40 o 50 kilómetros.

Sinceramente, me alegro de haber hecho caso omiso a esas advertencias. Nosotros salimos bien temprano, una mañana de un jueves laborable de julio, callejeando por el barrio de Alfama de Lisboa primero, y resiguiendo el Tajo después, con una señalización correctísima, y sin el más mínimo problema.

El camino, como siempre, lo vive cada uno de manera diferente. El Camino Portugués, además, permite conocer una cultura a la que no estamos acostumbrados, y unas gentes que son de lo más amable y acogedoras. La religión está muy presente en Portugal, y como la red de albergues no es ni mucho menos como la que tenemos en los caminos españoles, algunos días acabamos en centros de caridad, e incluso atendimos una misa!

Los primeros días del recorrido son prácticamente llanos, y se van acumulando los kilómetros rápidamente pasando por bonitos pueblos y cruzando parajes llenos de elementos típicamente portugueses, como los tractores, las furgonetas pick-up antiquísimas, fachadas embaldosadas y llenas de desconchados, y pavimento empedrado.

Más adelante el terreno se vuelve algo montañoso, y en alguna jornada había subidas importantes, que fuimos negociando con paciencia y siempre disfrutando. Incluso cuando en la televisión anunciaron la entrada de una ola de calor excepcional, nos lo tomamos como otro reto más, que al final de cada día le daba más valor a lo que estábamos haciendo. Durante esos días con tantísimo calor tuvimos que adaptarnos y planear las jornadas cuidadosamente.

Por ejemplo, un día recuerdo que nos poníamos en marcha a las 3 de la mañana. Dos o tres días fuimos mojando la camiseta de manga corta en cada fuente que veíamos y, sin escurrirla, nos la poníamos, para así soportar mejor el calor. Incluso mojábamos y nos poníamos sobre los hombros la toalla, para así mantener la humedad durante más tiempo.

Otro día, llegamos a un albergue y no nos dejaron entrar porque íbamos en bicicleta. La primera vez que me pasa esto después de haber hecho cuatro caminos. De todos modos, desde el parque donde dormimos haciendo un bivouac veíamos a la gente del albergue que no podía ni estar dentro debido al calor. Así que todas nuestras estrategias funcionaron bien, y a pesar del tremendo calor creo que mantuvimos el ritmo de etapas que habíamos planeado.

Tras la ola de calor tuvimos unos días muy guapos, ya que nos acercábamos a la frontera, indudablemente habíamos pasado lo más exigente, y disfrutamos cada kilómetro como si fuera el último.

Hay bicigrinos que hacen este camino en 8 o 9 días, sí, pero los hemos visto in situ y pasan por los sitios como una exhalación.

Es una manera de hacerlo respetable, pero muy alejada de nuestra filosofía.

Nosotros invertimos 13 días para cubrir los aproximadamente 630 kilómetros entre Lisboa y Santiago, y escalar los 7500 metros de desnivel positivo del recorrido.

Esa diferencia de días nos permite parar, parar, e ir parando, para visitar lugares que nos parecen interesantes, para hacer fotos, para tomar una Sagres y charlar con los locales, para aminorar la marcha hasta velocidad peatonal y hablar con los peregrinos que van a pie, para mirar atrás y ver de donde venimos...

Dicho esto, quizás el último día nos excedimos un poco. Nos quedamos a dormir en un albergue muy cercano ya a Santiago. Sobre las 9 de la mañana estábamos entrando a Santiago, pero solo llegamos a la plaza del Obradoiro sobre la 1 de la tarde. Y que pasó, os preguntareis.

Pues resulta que el Camino Portugués pasa por delante mismo de la Pulpería Fuentes, que el año anterior habíamos visitado porque nos la habían recomendado y habíamos comido un pulpo a feira y un pastel de queso que quitaban el sentio. Así que preguntamos si ya tenían pulpo. Nos dijeron que hacia las 10, y decidimos esperar mientras nos tomábamos algo.

Al final, después de una a dos raciones de pulpo, no recuerdo, y el correspondiente pastel de queso, acabamos incluso tomando el típico café de puchero, aliñado con orujo, y salimos de allí rumbo al centro de Santiago, casi haciendo eses sobre la bici.

Tras las fotos de rigor delante de la catedral, fuimos a la oficina del peregrino a ver si había mucha cola. Había un poco, pero por suerte se movía rápido, así que decidimos esperar y así conseguir la compostela del tirón.

Con la compostela en la mano, podíamos ir hacia el albergue, donde veríamos a Isaac, y nos esperaba nuestra furgo, pero teníamos ganas de seguir saboreando lo conseguido. Total que después de una rápida deliberación, volvimos a una taberna que ya habíamos visitado también un año antes, y nos tomamos algún que otro Ribeiro, mientras observábamos el ir y venir de peregrinos y turistas. Y cuando por fin decidimos ir al albergue, 200 metros antes de llegar, vimos un bar donde hacían menú. Nos miramos Gigi y yo, y no hizo falta que dijéramos nada. En definitiva, habíamos entrado a Santiago a las 9 de la mañana, y llegábamos al albergue sobre las 4 de la tarde, con una sonrisa de oreja a oreja.

Buen camino!















































































































No hay comentarios:

Publicar un comentario